Un llanero que se
respete -de cualquier nivel social- tiene por lo menos dos sombreros. Uno es el
sombrero de trabajo, ancho de ala, cuarteado por el sol en días de vaquería, y
ajado por las lluvias que el sombrero ha ayudado a atajar. Y otro es el sombrero
de salir a fiestas. Ojalá sea un peloeguama checo, o en su defecto un Stetson tejano,
por el que seguramente han tenido que pagar todos sus ahorros. No es raro,
pues, que un peón de hato llanero
dedique los ingresos de dos o tres jornadas de vaquería, de las que aquí conocen como trabajo de llano, para comprarse su sombrero fino. De
alpargata limpia, pero de sombrero caro, es aquí la consigna. En los barcos que una vez remontaban el Orinoco
y el mismo Meta hasta Orocué
llegaban las cajas de sombreros checos, hechos -quién lo creyera- en fábricas
como la de Hückel, en medio de las montañas del centro de Europa.
Al tiempo que
elaboran allí desde siempre los tradicionales sombreros negros que usan los
judíos ortoxos, hacen también (cada vez menos, vale decirlo) este sombrero de
fino fieltro, que aquí bautizaron
peloeguama, y que tiene un destino único: los llanos de Colombia y Venezuela. Sobre mi caballo yo, y sobre yo mi sombrero dice el Galerón llanero del maestro Alejando Wills. Y a
su compañero de andanzas, el
sombrero, le dedica una de sus mejores canciones el maestro casanareño (nacido
en Sogamoso pero criado a orillas del Pauto) Orlando Cholo
Valderrama.
Cuánto aguacero he aguantado bajo tus alas,
tormentas y resolanas...
dice el maestro, recién premiado con un Grammy Latino. Un llanero poco se quita
su sombrero; lo sujeta al frente, sobre el pecho, cuando saluda. Y se lo vuelve
a poner enseguida. Son sin sombrero -eso sí- los rezos llaneros, que van más
allá de la misa, tan difícil de santificar puntualmente en este mundo de
enormes distancias. Porque aquí hasta los sacramentos llegan tarde, y se casan
las parejas que llevan años de arrejunte, y se bautizan los niños ya diestros
tumbando terneros. Los curas en sus giras por los llanos aplicaban en otros
tiempos los santos óleos a todos los mayores de cincuenta, sólo por si acaso.
Todos, claro, sombrero en mano, ante Dios o ante el patrón. Vayan viendo.
Hay
que recordar que éste es un pueblo devoto, a su manera. Las fiestas populares
están inscritas en el santoral, con las de Santa Bárbara -la santa patrona de
las tormentas- y San Pascual Bailón, entre las más fielmente seguidas. En el
sincretismo llanero los rezos -mezcla de fe y de magia- se aplican como
remedios para los males del cuerpo y los del alma. Para recuperar un amor
perdido, para expulsar los gusanos del ganado, o para sacar las culebras de un
potrero. Siempre con el sombrero en la mano. En el Llano se baila y se canta
con sombrero puesto. Algunos concursos incluso lo exigen en su reglamento.
A la
hora de comer, el sombrero se deja al pie del asiento, puesto de lado en el
piso, y se cuelga luego en la pared, no muy lejos de la puerta, a la hora del
chinchorro. Nunca se sale de casa sin él bien ajustado. Un llanero de veras no
gusta de sombreros rústicos. Fue ése quizás uno de los detalles que más molestó
a los 300 llaneros de Guadalupe Salcedo, en 1953, cuando en Monterrey
entregaron sus armas al general Duarte Blum, poniendo fin a un capítulo más de
la guerra de guerrillas. Con unas raciones y una muda de ropa recibieron del
gobierno, a cambio de sus fusiles, un sombrero ¡de burda paja! Habrase visto.
Puede -solo puede- que el sombrero en las planicies del Orinoco tenga los días
contados.
Las importaciones de Europa han casi desaparecido, y con un peloeguama legítimo
a medio millón de pesos, son
pocos los que lo compran. El sombrero vueltiao que -como el acordeón vallenato- ha colonizado otras tierras,
se ve cada vez más por las calles de
Arauca o de Yopal. Y el caballo, compañero
sempiterno del llanero de otros tiempos, va siendo remplazado por la moto. Y ha
llegado el casco -quién lo creyera- hasta las pistas de coleo.
En muchas
poblaciones de los llanos, sin embargo, desde Granada hasta Tame, han surgido
nuevas generaciones de sombrereros que, como Crisanto Belisario en Monterrey,
Casanare, elaboran finos sombreros en cuero. Pesados, como deben ser para los
llaneros, para que los vientos del verano no lo arrastren con facilidad. Y
cierro este escrito con una leyenda en verso. Negro tenía que ser -claro- el peloeguama que lucía Satanás
en la tradicional historia colombo-venezolana de Florentino y el diablo. Es ésta una versión llanera del trovador errante que, como Francisco el Hombre
en el folclor vallenato, derrota con sus versos al mismo diablo.
La Virgen -sin
duda- encabeza las listas de devoción llanera. Si no, basta mirar las frases
con las que el legendario Florentino se despide del demonio: Sácame de aquí con
Dios / Virgen de la Soledá, / Virgen del Carmen bendita, / sagrada Virgen del
Real, / tierna Virgen del Socorro, / dulce Virgen de la Paz, / Virgen de la
Coromoto, / Virgen de Chiquinquirá, / piadosa Virgen del Valle, / santa Virgen
del Pilar, / Fiel Madre de los Dolores / dame el fulgor que tú das. / ¡San
Miguel! dáme tu escudo, / tu rejón y tu puñal, / Niño de Atocha bendito, /
Santísima Trinidá. Así sea. '' Puede -solo puede- que el sombrero en las
planicies del Orinoco tenga los días contados. Las importaciones de Europa han
casi desaparecido.
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